CUENTO INCIERTO por Fernando Castro Flórez
ABC Cultural 21/04/2011
«Seguro que estaréis inquietos porque no escribo desde hace mucho tiempo, mucho tiempo». No tengo que disculparme por citar el comienzo de El hombre de la arena de E. T. A. Hoffmann. Basta con recordar que unas cartas de un delirante son cortadas por el narrador para realizar una interpelación al benévolo lector: «Tu mirada parece extraviarse como si vieras figuras en el espacio vacío que los demás no perciben, y tu voz se convierte en profundo suspiro». Toda la intriga siniestra tiene que ver con el intento vano de expresar con una sola palabra, que fuera como una descarga eléctrica, todo lo maravilloso, horrible, fantástico y espantoso que no deja de reaparecer fantasmalmente como las pesadillas infantiles. «Si como un pintor audaz te hubieras atrevido a pintar con algunas pinceladas la silueta de la imagen que has visto, talvez se habrían desvanecido las obsesiones y podría destacar algo diferente, una brillante imaginación». Este pretexto literario subyace, en cierto modo, en el peculiar «retorno de lo reprimido» que plantea la muestra de Nono Bandera Zweifel, donde la «incertidumbre» tiene que ver tanto con la cita de lo ajeno cuanto con la parodia o ironización de lo académico.
Bostezo inevitable
Una serie de dibujos «encontrados», realizados a finales de los años cuarenta, le sirven para desplegar un conjunto de micro-narraciones en las que, más que lo inhóspito, aparece una especie de recontextualización lúdica de algo que no solo es residual, sino francamente aburrido. Esas «academias», realizadas a partir de reproducciones de bustos clásicos, suscitan ese bostezo que la Olimpia del profesor Spalanzani no podía imitar a pesar de su perfeccionismo «automático». Tampoco es arrastrado Bandera hacia la locura, ni sus imágenes tienen el tono febril de aquella frase que brotaba de los labios de Nataniel: «¡Muñeca de madera, vuélvete!». Lejos de lo traumático, es posible contemplar incluso los ojos arrancados con la pose de un dandi.
Puede que muchos artistas tengan rasgos semejantes a los de Coppelius, repugnantes y nocturnos, pero también puede tener esto un talante menos grotesco e incluso estar en las antípodas de lo romántico sin regresar a lo clásico. Tengo la impresión de que la estética de Nono Bandera no tiene tanto que ver con la memoria o la incertidumbre cuanto con una necesidad de partir de algo aparentemente insignificante pero, al tiempo, cargado de sentido. Esos trabajos académicos sobre los que dibuja no tienen nada que ver tampoco con lo bello rilkeano entendido como abrupto comienzo de lo terrible. Al contrario, tienen un carácter anodino, pero son un documento que activa el imaginario de un artista contemporáneo que trabaja como profesor en una facultad de Bellas Artes.
Hacia lo discontinuo
En vez del salto al vacío profiriendo otra sentencia obsesiva («¡Ah, bellos ojos… Bellos ojos!»), sentimos que la narración en Bandera está suspendida o desplazada hacia lo discontinuo. En las paredes de la galería ha pintado troncos cortados, leñadores que se afanan aún en su tarea, un conejo preparado para la estampida. No hay moraleja, ni felicidad final tras el recuerdo o la cita de aquel cuento lleno de miedos infantiles que cimientan la psicosis como una sombra de la que el sujeto no puede librarse. Queda en nuestra mirada estupefacta o vidriosa la posibilidad de activar los sentidos de toda esa esforzada tarea de corte y recuperación de lo «académico». Un personaje vestido de forma muy elegante aguanta el tipo junto a unos ojos recién arrancados, al pie del dibujo de una escultura fantasmal, sórdido más que siniestro. Es cierto, se trata de un cuento incierto.