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Cuento Incierto

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CUENTO INCIERTO por Fernando Castro Flórez

ABC Cultural 21/04/2011

«Seguro que estaréis inquietos porque no escribo desde hace mucho tiempo, mucho tiempo». No tengo que disculparme por citar el comienzo de El hombre de la arena de E. T. A. Hoffmann. Basta con recordar que unas cartas de un delirante son cortadas por el narrador para realizar una interpelación al benévolo lector: «Tu mirada parece extraviarse como si vieras figuras en el espacio vacío que los demás no perciben, y tu voz se convierte en profundo suspiro». Toda la intriga siniestra tiene que ver con el intento vano de expresar con una sola palabra, que fuera como una descarga eléctrica, todo lo maravilloso, horrible, fantástico y espantoso que no deja de reaparecer fantasmalmente como las pesadillas infantiles. «Si como un pintor audaz te hubieras atrevido a pintar con algunas pinceladas la silueta de la imagen que has visto, talvez se habrían desvanecido las obsesiones y podría destacar algo diferente, una brillante imaginación». Este pretexto literario subyace, en cierto modo, en el peculiar «retorno de lo reprimido» que plantea la muestra de Nono Bandera Zweifel, donde la «incertidumbre» tiene que ver tanto con la cita de lo ajeno cuanto con la parodia o ironización de lo académico.

Bostezo inevitable

Una serie de dibujos «encontrados», realizados a finales de los años cuarenta, le sirven para desplegar un conjunto de micro-narraciones en las que, más que lo inhóspito, aparece una especie de recontextualización lúdica de algo que no solo es residual, sino francamente aburrido. Esas «academias», realizadas a partir de reproducciones de bustos clásicos, suscitan ese bostezo que la Olimpia del profesor Spalanzani no podía imitar a pesar de su perfeccionismo «automático». Tampoco es arrastrado Bandera hacia la locura, ni sus imágenes tienen el tono febril de aquella frase que brotaba de los labios de Nataniel: «¡Muñeca de madera, vuélvete!». Lejos de lo traumático, es posible contemplar incluso los ojos arrancados con la pose de un dandi.

Puede que muchos artistas tengan rasgos semejantes a los de Coppelius, repugnantes y nocturnos, pero también puede tener esto un talante menos grotesco e incluso estar en las antípodas de lo romántico sin regresar a lo clásico. Tengo la impresión de que la estética de Nono Bandera no tiene tanto que ver con la memoria o la incertidumbre cuanto con una necesidad de partir de algo aparentemente insignificante pero, al tiempo, cargado de sentido. Esos trabajos académicos sobre los que dibuja no tienen nada que ver tampoco con lo bello rilkeano entendido como abrupto comienzo de lo terrible. Al contrario, tienen un carácter anodino, pero son un documento que activa el imaginario de un artista contemporáneo que trabaja como profesor en una facultad de Bellas Artes.

Hacia lo discontinuo

En vez del salto al vacío profiriendo otra sentencia obsesiva («¡Ah, bellos ojos… Bellos ojos!»), sentimos que la narración en Bandera está suspendida o desplazada hacia lo discontinuo. En las paredes de la galería ha pintado troncos cortados, leñadores que se afanan aún en su tarea, un conejo preparado para la estampida. No hay moraleja, ni felicidad final tras el recuerdo o la cita de aquel cuento lleno de miedos infantiles que cimientan la psicosis como una sombra de la que el sujeto no puede librarse. Queda en nuestra mirada estupefacta o vidriosa la posibilidad de activar los sentidos de toda esa esforzada tarea de corte y recuperación de lo «académico». Un personaje vestido de forma muy elegante aguanta el tipo junto a unos ojos recién arrancados, al pie del dibujo de una escultura fantasmal, sórdido más que siniestro. Es cierto, se trata de un cuento incierto.

Disquisiciones

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Disquisiciones intertextuales del superyó en la era de la internalización psicótica (o Nono Nonete de la A a la Zete) por Susana Cendán

Publicado en 2012 en el catálogo 500 m2 de lienzo y 300 kilos de pintura

Apropiacionismo. En buena parte de los textos que he revisado a propósito de la trayectoria de Nono suelen etiquetarle de apropiacionista. Y puede que, oblicuamente, tengan razón. Nono se apropia de pinturas o dibujos ya existentes para intervenirlos y devolvérnoslos transformados en lecturas completamente nuevas. Sin embargo no creo que su actitud responda a una cuestión de cansancio nihilista[1] por lo ya hecho. Efectivamente, Nono selecciona, escoge y combina, pero sin dejar de interesarse o disfrutar del acto creativo, de sorprenderse de su capacidad para transformar lo dado en nuevas y misteriosas realidades. No se trata de repintar para crear óleos sin esfuerzo. Nono se recrea en la manualidad, en el intimismo perturbador del pequeño-gran formato para alentar al espectador a experimentar lecturas desconocidas sobre las imágenes.

Beauty is a rare thing. La búsqueda de la belleza no constituye un fin en sí mismo en la trayectoria de Nono, pero lo que si es cierto es que el artista atravesó por fases reflexivas en las que el análisis de lo bello, desde un punto de vista perturbador, ocupó sus intereses de manera intensa. En una experiencia reciente, el artista mostraba a varias personas anónimas el retrato de una mujer con múltiples narices en el rostro. Los resultados de las respuestas ante la pregunta de si aquella mujer les parecía bella fueron unánimes y variopintas. El 99% respondió que sí. Sólo uno de los participantes subrayó que no, que jamás podría apreciar belleza en aquella mujer con múltiples narices. Poco después se descubrió la procedencia del encuestado: se trataba del dueño de una cadena de perfumerías.

Chapman. En el año 2004 Nono coincidió con los Chapman en el CAC de Málaga. El artista presentaba su exposición, La historia se confiesa, en el contexto de una España próspera en la que aún nos sentíamos estupendos y ricos. El museo malagueño, cuya programación ha estado plagada de superestrellas, se disponía a celebrar la exposición de los chicos malos del arte británico: cuerpos desfigurados con prótesis, narices como penes, bocas en vez de vaginas, esculturas que simulaban estar realizadas con materiales plásticos que en realidad eran bronces y, lo que definitivamente era la joyita de la exposición, la serie de grabados de Goya intervenidos y mejorados, a decir de los propios Chapman. Confieso que me atrajo la valentía de unos artistas que, aún sin abandonar su paranoia hitleriana -como han demostrado en su tozuda reconstrucción de Fucking Hell, la obra que sucumbió a las llamas en el almacén de Charles Saatchi- se pasan al apropiacionismo más radical -y selecto- interviniendo trabajos de artistas incuestionables, como el propio Goya. Su osadía roza límites insospechados, puesto que cuando pensábamos que ya lo habían dado todo, después de haber pintarrajeado a Goya, nos sorprenden nuevamente con una exposición en White Cube[2] en la que presentan una serie de maravillosos retratos victorianos intervenidos y, abróchense los cinturones, acuarelas originales del propio Hitler. El poderío económico de la pareja les permite afrontar cualquier reto, y ¿qué podría resultar más polémico que repintar con símbolos hippies los inocentes paisajes del Führer? La reacción de la prensa inglesa fue demoledora. Se les acusó de redimir a Hitler, de generar egocéntricas distorsiones de la realidad, de ser lo peor del arte londinense o de no ser más que una agencia de publicidad cuyo principal cliente son ellos mismos… Pero a los Chapman nada de aquello los inmutó. Saben que la polémica bien gestionada ayuda, por algo han conseguido vender sus calculados trabajos muy por encima del precio original. Lo que no sabían los Chapman es que las carpetas que utilizan para guardar una mercancía tan valiosa son de malísima calidad, y que ni siquiera la cara de matón de Dinos, el que las porta y cobija, impide que se pierdan. Ocuparse en exclusiva de los grandes gestos descuidando lo trivial y cotidiano conlleva consecuencias terribles. Que se lo digan sino al nuevo propietario de la acuarela perdida: el azar hizo que la encontrara tirada en una acera de la ciudad próxima al Museo. Ni siquiera la firma, confusa pero legible, impidió que la clavase con chinchetas en las paredes de su establecimiento: una populosa carnicería especializada en casquería del centro de Málaga. Así es el destino. Imperturbable y cruel.

Duchamp. Marcelino debe estar tronchándose en su tumba. No sólo le hicimos caso, mucho caso, sino que seguimos viviendo de las rentas que él nos dejó. Casi todo lo que entendemos hoy por arte se lo debemos a él, a pesar de producir poco más de una treintena de obras. Pero lo importante es su actitud, estudiadamente indiferente y bajo control; con un pie dentro y fuera del sistema; trabajando obsesivamente sobre el sexo y el amor, pero con un terror infantil hacia las mujeres; burlándose de las relecturas sobre Mona Lisa y recopilando todos sus trabajos en una maleta portátil a modo de museo, permitiéndose, en suma, la suprema prerrogativa de decidir si un objeto es o no es arte. Duchamp hizo de la contradicción sutil una forma de vida. Su gran legado son sus actos más que sus obras. Algo increíblemente difícil. Mantener una actitud de calculada indiferencia durante toda una vida, cuya consecuencia es la construcción de una imagen totémica con una capacidad de seducción ilimitada. El bigote y la perilla de Mona Lisa están muy bien para su tiempo, pero estoy segura de que a Duchamp le hubiese encantado ser aún más radical. Pero para eso está Nono. Para despellejarla.

Espacio Mínimo[3]. Es la galería con la que trabaja Nono y un puntal fundamental para el entendimiento de su obra. Pepe y Luis apoyan y respetan el trabajo de Nono. Son muchas las veces que le oído hablar de su Galería con agradecimiento y lealtad. Y créanme, esto debe de ser extremadamente difícil, porque no es muy frecuente que los artistas se refieran a sus galerías con tanta generosidad.

Fealdad. A pesar de que la fealdad, entendida en este caso dentro de los parámetros del kitsch premeditado, de lo hortera, es otra de las características que suelen rondar los análisis sobre el trabajo de Nono, creo, de la misma manera que Marina Núñez en el inteligente diálogo que mantiene con Ignacio Pérez-Jofre en una de sus publicaciones[4], que el artista no considera exactamente feas las obras que interviene. Todas ellas han sido seleccionadas siguiendo un criterio, quizás no tanto de belleza, como desde la seguridad de que las obras elegidas eran contenedoras de un algo especial. De hecho el artista tiene por norma respetar la autoría original, manteniendo su firma. Coincido plenamente con Marina e Ignacio cuando afirman que Nono no interviene las obras para distanciarse, adoptando una posición elevada, sino, y sobre todo, para identificarse con ellas.

Gabinete. Me fascinan los gabinetes de lo que sea: retratos, curiosidades, bibelots… En el Museo de Pontevedra tenemos uno de los gabinetes más maravillosos del mundo, el del almirante Méndez Núñez. Los fanales de flores hechos con conchas marinas, los marfiles, la porcelana, la tela pintada con motivos orientales que cubre las paredes… le confieren una atmósfera única que nos retrotrae a tiempos decadentes y lejanos. Pero más allá de la anécdota, en muchos de estos entrañables gabinetes está la base del coleccionismo y el museo moderno. Nono nos ha legado experimentos memorables en este sentido. El gabinete de personajes célebres que pudimos ver en La historia se confiesa, la exposición que le dedicó el CAC de Málaga, ejemplifica la posibilidad de ser clásico y rompedor al mismo tiempo, confirmando el talento de un artista de nuestro tiempo para aportar nuevas miradas sobre el retrato, un género tradicional que, a pesar de todos los post, pan y trans, no ha dejado de revalidarse.

Higroscopio. Cuando era pequeña me moría de envidia cada vez que veía el higroscopio de mi amiga en el pasillo de su casa. Aquel fraile infalible que se cubría la cabeza con la capucha al primer nubarrón, encendía mi imaginación cada mañana camino de la escuela. En uno de los textos escritos sobre Nono[5], Alberto Ruiz de Samaniego utiliza la metáfora del higroscopio para construir un relato sobre la pregnancia fálica en la que el superyó obsceno, sediento de pansexualismo, no deja de padecer alucinaciones fantasmagóricas, incluso libidinales, señalando al fetiche pulsional como principal responsable. No, esperen un momento…. creo que lo he interpretado mal. Lo que quiero decir es que, en el fondo, conociendo de sobra la verdad prohibida, el fetiche pulsional ha recurrido a hueros cantares de gesta pedagógica para sublimar la mancha y su culpa en una generalizada internalización psicótica de unas instancias psicológicas históricamente específicas. Oh Dios! Discúlpenme de nuevo. En el fondo del asunto, lo que creo que sucedió, es que el monje del higroscopio aliviaba su erotomanía con la vara de medir la temperatura. Creo. Pero no estoy segura. Mejor olvídense de la H.

Juan Bandera, pintor de toreros. Una de las pinturas más especiales que guarda el artista en su colección es un retrato realizado por su padre, el pintor Juan Bandera, cuando Nono todavía era un niño. Nono aparece con bigote y con la paleta de pintar en su mano. Al fondo, el retrato de su padre preside la escena. Un gesto que no debe entenderse como un acto de rebeldía. Más bien es una ofrenda, una muestra de agradecimiento para alguien a quien el artista ama y añora, y que sin duda está en el origen de lo que representa artísticamente.

 

Love.              no, no

 no quiero dejarte escapar

no, no

tal vez no me vuelva a pasar

no, no

   tengo que decírtelo

confesártelo

 no te quiero dejar (x3)

 

Viajando por el ciberespacio he descubierto esta canción. Me gustó porque es tan pintoresca que seguro que a Nono le apetece despellejarla -y seguro que a mí con ella-. Pero me arriesgaré, porque me pareció una nueva señal del destino el nombre del grupo que la canta, Sin Bandera, y sobre todo su título, No, no. Casualidades, ¿eh?

Málaga. Después de lo sucedido la percepción de la ciudad ha quedado trastocada. Ya no es la ciudad natal de Nono. Ni siquiera la de Picasso. Sino la ciudad en la que los Chapman perdieron una acuarela realizada por Hitler, y adquirida en una subasta en Sotheby’s por trescientos cincuenta mil euros.

NoNo. SiSi.

Oooh, pero ¿el carnicero sabe lo qué tiene? No, no lo sabe. Los Champan, conscientes de la situación, han preferido dejar la acuarela donde está. Clavada entre un conejo despellejado y una costilla de cerdo adobada. Piensan que les dará juego más adelante.

Pontevedra. Muchas veces me he preguntado qué le aporta Pontevedra -una ciudad pequeña, periférica y con una oferta cultural limitada- a Nono y viceversa. La respuesta creo encontrarla, en buena medida, en la Facultad. Un espacio que no es sólo un lugar de trabajo, sino un inagotable laboratorio de ideas del que sin duda nos beneficiamos todos. Nono ama la docencia, aprende y se desarrolla creativamente con ella, y, sobre todo, disfruta profundamente del talento de sus alumnos. Tiene una capacidad especial para identificarlo y promoverlo con muchísima generosidad. Y también ama Pontevedra. Él mismo forma parte del paisaje de la ciudad. Aunque desde que dejó de teñirse el pelo de platino resulte más difícil identificarlo.

Reciclaje artístico. En los primeros años del pasado siglo, artistas como Kurt Schwitters trabajaban en base a parámetros increíblemente modernos. Es cierto que sus propuestas tenían mucho de utopía, algo lógico dado el contexto: finalizaba la primera guerra mundial y se aproximaba otra de consecuencias humanas y éticas insospechadas. Así la cosa, Schwitters se dedica a reciclar, utilizando restos y despojos para realizar sus particulares pinturas Merz. El artista pensaba que también era posible gritar con el desperdicio. Schwitters fue el precursor de una manera de entender el arte que está en la base del ready made, de los experimentos escultóricos del Nuevo Realismo Francés y de tantas otras manifestaciones artísticas que se extienden hasta nuestros días. El reciclaje en Nono es una ironía sobre la realidad y la representación, y no tiene nada que ver, como leí por ahí, con el pánico a la tela en blanco, al inicio del acto creacional. El papel en blanco hace más interesante aún el reto: sólo hay que observar los cuadernos que acompañan al artista en sus viajes, o en el día a día, para comprender que su imaginario está poblado de dosis suficientes de magia, imaginación e inventiva.

Significado. Nono dota de nuevos significados a obras, en cierta manera, desahuciadas. Y lo hace concentrando su atención en temas, la religión o el sexo, que han forjado nuestra identidad. Ambos unidos han sedimentado la base de un país que, a lo largo de los siglos, no ha sido capaz de desprenderse de la influencia represora de toda clase de instintos. Sobre todo de aquellos que proporcionan placer. La iglesia y sus tabúes continúan condicionando el mensaje de una institución incapaz de evolucionar al compás de los tiempos. Su profunda ceguera y maniqueísmo se enroca en difundir un credo basado en el disfrute, sólo, en el más allá. Por eso y tal vez, como reza el título de la exposición[6] de Nono en Art Basel, España sea el país preferido de Dios. Porque aquí se le hizo más caso que en ningún otro sitio. Y porque ellos se lo pierden.

Títulos y tópicos. Cómo refleja el título de la exposición del Kiosko Alfonso, los títulos han jugado un importante papel a la hora de redefinir y complementar los conceptos expositivos y el significado de los trabajos de Nono Bandera. Títulos ocurrentes, divertidos, irónicos, mordaces que, en este caso, alude al titular de un periódico que destacaba la respuesta de su padre a la pregunta de un periodista sobre la cantidad de material empleado en la realización de un conjunto de pinturas. La contestación de Juan Bandera fue tan premeditadamente absurda y surrealista como la pregunta: 500 m2 de lienzo y 300 kilos de pintura. Como si la creatividad se pudiese medir en términos materiales, o la aproximación al arte dependiese exclusivamente de destrezas manuales.

Up is down as down is up. El juego de contrarios, de opuestos, es otra de las peculiaridades del trabajo de Nono. Los diseñadores Victor & Rolf titulaban así una de sus últimas colecciones. Su tienda de Milán, concebida como un espacio al revés, es el resultado de extrañas pesadillas hechas realidad. Ambos, Nono y los diseñadores holandeses, heredan las lecciones clásicas del surrealismo para reinventarlas y adaptarlas al presente, compartiendo el humor, la ironía, la sorpresa, pero sobre todo la consecución de un trabajo que le concede hondura intelectual a la moda y una perspectiva actual y sofisticada a la pintura. En ambos casos se produce una afortunada coincidencia: el ser individuos dotados de una sensibilidad extraordinariamente creativa.

Yo que soy tan guapo y artista, yo que me merezco un príncipe y un dentista… pero cantada por La Centolla y el Boquerón. No me gustaría despreciar la influencia de determinados iconos musicales en la iconografía de Nono. No sería justo. Por ello les remito a una fuente de primerísima mano: YouTube. Que lo disfruten.

Zweifel. Además de ser una palabra alemana que significa incertidumbre, Zweifel es el título de la última exposición[7] individual de Nono en la Galería Espacio Mínimo. Un conjunto de dibujos académicos de los años cincuenta intervenidos se yuxtaponen con una serie de pinturas murales en las que se recrea la idea de bosque. El bosque entendido como el lugar siniestro de los cuentos infantiles y que tanta fascinación ha despertado desde siempre en el autor. La planta baja del Kiosko Alfonso es el lugar elegido para recrear una nueva versión de Zweifel, ampliada y adaptada al espacio expositivo. La pintura, expandida por las paredes de la emblemática institución, transforma la percepción del espectador que se convierte en parte integrante del conjunto pictórico. Su mirada es clave para completar una historia que oscila entre lo enigmático y lo siniestro, retrotrayéndolo a las lecturas infantiles que alimentaron su infancia. En la naturaleza perversa de Hansel y Gretel, en el lobo travestido de dulce abuelita de Caperucita o en el hada malvada de La Bella Durmiente, persiste un trasfondo de infinita crueldad. Aquellos monstruos infantiles que nos obligaban a acurrucarnos debajo de las sábanas, condicionaron la placidez de nuestros sueños, pero también contribuyeron a forjar nuestra identidad, enseñándonos a diferenciar entre el bien y el mal, y a hacer de nosotros personas más fuertes y justas. Circunstancia a la que el arte contemporáneo no ha sido en absoluto ajeno y que nos permite, a modo de colofón, despedir a uno de sus más atinados interpretadores. Al gran Mike Kelley, good bye!

[1] Parafraseando a Barthes  a propósito de su emblemática La muerte del autor.

[2] If Hitler Had Been a Hippy How Happy Would We Be. White Cube. Del 30 de mayo al 12 de Julio. Londres, 2008.

[3] www.espaciominimo.es

[4] Cit. p. 150. Premi Ciutat de Palma “Antoni Gelabert” d’Arts Plàstiques. Casal Solleric. Ajuntament de Palma, 2004.

[5] Cit. p.11. La historia se confiesa. CAC de Málaga. Del 26 de noviembre al 16 de enero. Málaga, 2005.

[6] Art Basel Miami Beach. Art Positions – Espacio Mínimo. Del 4 al 7 de diciembre. Miami, 2003.

[7] Zweifel. Galería Espacio Mínimo. Del 17 de marzo al 17 de mayo. Madrid, 2011.

Burlona resignificación

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Nono Bandera. Burlona resignificación por Juan Francisco Rueda

Diario SUR (24/05/2014)

Cada vez más compleja y sofisticada, la obra de Nono Bandera parece adentrarse en los terrenos de una irónica y burlona fabulación que parte del acabamiento e intervención en documentos de desconocidos y obras de artistas ‘amateurs’

‘Un día en la luna’, la vuelta expositiva de Nono Bandera (Málaga, 1958) diez años después a su ciudad natal, evidencia cómo el artista ha sabido mantener al tiempo que evolucionar –como si esto fuera sencillo- un procedimiento, un lenguaje y unos intereses que lo vienen caracterizando desde el principio de su trayectoria y que lo han convertido en un autor referencial en el escenario artístico español. Nono ha ido sofisticando y complejizando su trabajo, no siendo ya sólo el empleo de materiales ‘encontrados’, en muchos casos dibujos de artistas ‘amateurs’ o de personas con ambición de serlo –burdos, ingenuos, torpes y grotescos en la mayoría de los casos-, uno de los principales valores de su trabajo, sino que actualmente hace converger estampas religiosas, dibujos y cartas que, recontextualizadas junto a los dibujos que él realiza, pueden originar cierta fabulación. Es decir, opera una transformación de lo preestablecido, de lo que encuentra o sobre lo que decide intervenir, como si de un ‘ready-made’ se tratara, de manera que quedan resignificados desembocando en lo humorístico, lo irónico, lo grotesco, el absurdo o lo siniestro. Asimismo ha incorporado, también desde hace algunos años, sendos sentidos instalativo y expandido, de modo que una obra rebasa los límites del soporte irradiándose y apoderándose del muro, como ocurre con ‘Nazareno con la cruz a cuestas’, un óleo anónimo al que proyecta la cruz dibujándola en las paredes.

En ocasiones genera una suerte de relato o fabulación a partir de algunos elementos que aparecen en esos materiales ‘encontrados’, de modo que actuarían como una suerte de pie forzado. Ese prurito, que no es generalizado, por operar con el contenido (texto) de lo que a otros perteneció, es palpable en piezas como ‘El conejo y las joyas’ o ‘Los hijos del pan’. En el primero, un documento que parece ser una suerte de testamento junto a un conejo dibujado, permiten que la intervención del artista al pintar unas joyas haga devenir el conjunto en una ‘vanitas’ (la rapidez de la vida, la muerte y la futilidad de las riquezas). En el segundo, una nota doméstica de reproche y desamor firmada por una mujer hace décadas, que rodea de numerosas estampas religiosas, invita a la incorporación por su parte de una serpiente que constriñe la figura de Jesús, dibujos de animales y una leyenda de resonancias bíblicas en la que se condena a la mujer y se la rebaja a la condición de bestia.

Sobre un antiguo cuaderno escolar, Nono Bandera realiza ‘Cuaderno de mierda’, una catalogación de las heces perrunas que encuentra por la calle en lo que podría ser calificado como una deriva, entre surrealista y situacionista, o una científica expedición. Sus ‘contundentes’ dibujos, en los que no ahorra detalle, y que hacen esbozar una sonrisa ―como casi ante toda su obra―, parecen manifestar más claramente cierta noción procesual que posee su trabajo y que no siempre ha sido advertida. Es decir, como ‘traslado’ al papel de lo que se ha ido encontrado por la calle, el cuaderno no deja de ser el resultado de ese proceso, de esa deriva. Justamente, una parte de su proceso es la búsqueda y recolección de esos soportes singulares con ‘biografía’, de esos desechos afectivos y de relaciones personales que nadie conservó, pura entropía.

Viendo las heces en esas páginas, en primer plano, cuasi-objetualizadas, rememoramos las esculturas involuntarias que Brassaï fotografió en 1932, haciendo de lo cotidiano, vulgar e imperceptible algo transido de poesía y encanto, aquello que Breton llamó ‘lo maravilloso’. Esas esculturas involuntarias eran restos (papeles arrugados, por ejemplo) que encontraba el fotógrafo y que, fiel a los fundamentos de la fotografía surrealista, enfocaba en primer plano y con una luz expresiva o escenográfica que los resignificaba. ¿Acaso no ha sido esa, entre otras muchas, la intención de Nono a lo largo de su carrera? ¿No ha intentado resignificar y transformar con su intervención, a veces mínima y otras compleja, esos materiales previos?

Sus pequeñas piezas escultóricas –piezas de orfebrería podríamos decir- reservan algunas imágenes que podríamos señalar como surrealistas, a veces bordean el extrañamiento ―lo que Breton llamó ‘dépaysement’― y otras lo siniestro. Los árboles en proceso de talado son ya unos referentes que identifican su obra. En cualquier caso, todas tienen ese halo poético aunque, por lo general, son figuras metafóricas o alegóricas, ya que la presencia de la muerte y la desaparición, o el dejar de existir, parece dominar ese mundo en miniatura: una paleta de pintor con una calavera, árboles talados, otros en vías o libros prestos a ser devorados por una fogata aún por encender.

Esa ‘estirpe surreal’ se aprecia del mismo modo en la delirante y grotesca escultura ‘Bola de narices’, una esfera humana jalonada de apéndices nasales sobre el trampantojo de una alfombra. Ese gesto de sumar elementos nos recuerda al ‘primer’ Nono. Sin embargo, esta bola y el tapete sobre la que descansa nos traslada cómo la pintura se expande ―material y conceptualmente― viniendo a ocupar, como la policromía en la imaginería, la escultura.

Resulta habitual en su universo la presencia de una irónica dialéctica en la que participan imágenes sagradas de códigos visuales almibarados (estampas religiosas o recordatorios de comunión), todos ellos encontrados, con imágenes pintadas por él y marcadas por la escatología y el erotismo. Virtud, pecado, moral, perversión o rectitud se encuentran como en un juego sacro-profano en el que en algún caso, como en la referida ‘Los hijos del pan’, puede atisbarse cierta crítica. Otro espacio referencial es la cita a la historia del arte, a la tradición y al propio ejercicio artístico, quizás éste tome forma de metáfora en una caprichosa e inestable construcción de lienzos en blanco que comparten espacio con restos del clasicismo. Más humorístico resulta el duelo’ entre Mondrian y Malévich, enfrentados en una habitación a través de ―valga la paradoja― sus más icónicas obras: dos gallos en el gallinero, como los que deambulan por la estancia.

Es justo reseñar que ahora que el dibujo goza, no desde hace mucho, de una plena consideración como disciplina autónoma y con entidad propia –como si no hubiera poseído esta condición desde su nacimiento-, Nono Bandera siempre ha sido fiel a él, haciendo de éste el esqueleto de su quehacer. Tal vez pudiera resultar un tanto categórico, pero Nono, gracias a ejercer como profesor en el departamento de dibujo la Facultad de Bellas Artes de Vigo y de su singular práctica, ha creado escuela. Algunos artistas formados en aquella institución articulan su estrategia en función al uso protagónico del dibujo, de la instalación mural de dibujo y pintura expandidos, así como del empleo de obras, manuscritos y papeles antiguos que poseen la impronta artística o biográfica de sus antiguos poseedores, lo que les hace adquirir un innegable valor semántico y pueden actuar como detonantes o pies forzados para la posterior intervención pictórica. Estos son, ‘grosso modo’, rasgos inequívocos de Nono Bandera. Olmo Cuña o Tamara Feijoo pueden ser dos de esos artistas que, formados con él, encuentran sus obras fuertemente marcadas por la suya. Pero hemos de señalar en relación a Feijoo que parece haber un diálogo entre artistas. La inclusión por parte de Nono en los papeles ‘encontrados’ de flora y de insectos con el código propio de las láminas de naturalista, puede que el sentido instalativo de los dibujos, así como esa paráfrasis del trabajo minucioso del científico que vemos en su ‘Cuaderno de mierda’, podrían remitir al universo y los procedimientos de la artista gallega. Esto nos hace advertir una admirable retroalimentación y la extraordinaria capacidad que posee Nono para proyectar su singular ‘modus operandi’ y, en un viaje de ida y vuelta, estar abierto a una continua puesta al día que vivifique su trabajo.